Hace poco he visto un
reportaje emitido por National Geographic TV sobre el devastador
terremoto (magnitud de 9 en la escala Richter) y posterior maremoto
que asoló la costa oeste japonesa el viernes 11 de marzo de 2011.
El tsunami mostró
especial virulencia en las Prefecturas de Miyagi, Iwate y Fukushima,
que recibieron olas de hasta 10 metros que arrasaron cuanto
encontraron a su paso. Ciudades como Minami Sanriku quedaron
desiertas de vecinos y casas....
Miles de muertos y
desaparecidos, pero más aún, de desalojados y desprovistos de toda
propiedad. Y todo contado por decenas de cámaras, bien de
reporteros profesionales, bien amateurs, provistos de un simple
móvil, pero al final y al cabo, narrado al dedillo!
Todo contado con
precisión de detalles y declaraciones, pero inevitable, pese a todos
los mecanismos habidos y por haber. Solo la previsión y
evacuación inmediata salvaron la vida de la mayoría que, de lo
contrario, habría perecido sepultada por el torrente.
Ni siquiera las
predicciones sismológicas pueden determinar los efectos devastadores
de un movimiento telúrico como el producido, por lo que difícilmente
pueden ponerse medios concretos, más allá de los arquitectónicos o
de ingeniería que condicionan la vida de los ciudadanos: Todo fue
superado por la magnitud del terremoto.
Este largo preámbulo
justifica la comparación con la crisis económica mundial vigente.
Muchas opiniones, muchos análisis, muchas propuestas, muchas
sugerencias, muchos premios Nobel, pero la dimensión de esta
debacle financiera tiene visos de ser superlativa.
Ya ha asolado la economía
norteamericana, y está atacando parcialmente la europea, habiendo
actuando con especial virulencia en Grecia, Portugal e Irlanda,
que ya han tenido que ser rescatadas por Bruselas como matriz, y
Alemania como hermano mayor. Pero como a la gran ola de los mercados
le parece poco, ahora va a por Italia y España.
Mi humilde aportación no
será tan rica, ni tan expansiva, como la del Pr. Leopoldo Badía y
su “Crisis Ninja”, pero creo que estamos en condiciones de
rebautizarla, ya a estas alturas, como “la crisis Tsunami”
porque sus efectos están resultando inconmensurables y,
a tenor de la falta de acierto de los exégetas de las finanzas,
parece que imprevisibles sus resultados finales.
Habrá quien haya salvado
los muebles, quien solo necesite una pequeña ayuda, quien haya
arriesgado a tiempo, quien haya sido previsor, ojalá que muchos;
pero también habrá víctimas que ya no podrán aguantar más,
porque llevan años nadando contracorriente en la ruina y en las
listas del paro y, salvo un milagro y grandes dosis de autocontrol y
paciencia, nada les salvará.
Con todo, uno sigue
teniendo la sensación de que se podría hacer mucho más: quizá no
evitarlos, pues ambos parecen proceder de causas superiores a nuestro
entendimiento, pero sí
incrementar las medidas y evitar comportamientos especulativos con la
vida.
Si cuando se pudo no se
escuchó a los augures que avisaban de temporal en lontananza y se
les tildó de agoreros, si las tendencias no fueron avistadas por
unos gobernantes henchidos de gozo por un crecimiento casi
exponencial, si se consintió a bancos prestar y a clientes pedir a
fondo perdido como se consintieron en tiempos pruebas nucleares en
Mururoa, ¡qué podíamos esperar!
Esta lección nos la
regala la madre naturaleza a través del paralelismo entre estas dos
fuerzas sobrenaturales de distinto origen y, según sus dimensiones,
de desproporcionadas consecuencias. El otro elemento común son las
víctimas: ¡Usted, usted y yo! En ambos casos, estamos solos frente
al mal. Nuestra supervivencia dependerá de la pericia y la prudencia
que mostremos en adelante.
Juan Manuel Vidal
Sociólogo y periodista
2 comentarios:
Perfecta similitud, Juanma. Pero no sé por qué me da que Japón se va a recuperar antes de su particular 11-M, que Europa de su "particular Tsunami".
Mientras nuestros europrivilegiados europarlantes no tengan valor para enfrentarse a los mercaderes especuladores y a sus agencias, creadas ad hoc para sembrar el caos y rentabilizar la especulación salvaje, no hay nada que hacer.
Publicar un comentario