¡Qué
dificil, sí, qué dificil es hacer de tripas corazón, qué
complicado resulta creer el presunto final de una banda de criminales
sanguinarios sin herir sensibilidades!
Atrás
quedan los cuarenta y tres años de horror, de miedo, de terror, pero
por respeto a las víctimas y admiración hacia sus familiares,
también víctimas en otro grado, no
podemos dejar atrás esa cifra espeluznante de 829 asesinados en aras
a una presunta lucha armada,
donde los asesinos conformaban un bando y los demócratas el otro.
Ahora
que la exposición de sus postulados independentistas busca el cauce
legal, esta
estrategia nos recuerda la denigración moral de quienes se
aprovecharon del amedrentamiento ajeno
y callaron, porque coincidían en los fines aunque no así en los
medios.
Cuando
la banda anuncia el “cese
definitivo”
de la violencia terrorista, resulta que la
organización criminal emplaza a España y Francia a iniciar el
“proceso
de diálogo directo”
y para ello monta un show con actores internacionales que siguen
creyendo que ETA es un “movimiento
separatista o de liberación vasco”
(así lo definió The Wall Street Journal).
Cuarenta
y tres años que no han pasado en balde, que han dejado muchas
secuelas, que han marcado a fuego un recuerdo indeleble en las
víctimas primero, en sus familiares y en el resto de testigos que
somos la Sociedad Civil, que asistimos
ahora atónitos a un presunto proceso que no es de rendición y
entrega de las armas,
sino de “proclamación
del cese de la violencia”.
Sin
deseo alguno de herir susceptibilidades, qué quieren que les diga,
que este final
parece más propio de las chanzas de la guerra de Gila,
“preguntando si
aquí es el enemigo, si pueden llevarse las armas de recuerdo y si
pueden irse a sus casas por donde han venido sin hacer ruido para no
despertarnos”,
como si nada hubiera pasado.
Realmente
sea abre un mar
de dudas sobre qué hacer en adelante:
si ceder sobre la pretensión de acercamiento de presos; si dar carta
de naturaleza permanente a formaciones abertzales afines que antaño,
con un nombre u otro, no terminaban de condenar los atentados; si
adelantar elecciones en el País Vasco; si disolver la coalición
PSE-PP...
Nadie
sabe, ni se atreve a augurar, qué puede ocurrir ante este nuevo
escenario y,
aunque se repiten algunos protagonistas, también se incorporan caras
nuevas, y hasta el libreto es nuevo. Se supone que veremos una
representación diferente, pero solo se supone.
En
el patio de butacas, al público se le pide que olvide, que tenga
altura de miras, grandeza. Y en estas me vienen al recuerdo aquellas
palabras de Rubén
Mugica, hijo del
concejal socialista Fernando
Múgica,
asesinado por ETA hace ahora quince años: “ni
olvidamos, ni perdonamos”.
El resentimiento sigue vigente, las
heridas físicas y morales no han cicatrizado lo suficiente,
y ahora les piden que tengan grandeza para superar la barbarie donde
unos mataban sin pudor y otros morían por la espalda.
En
el horizonte queda la evidente pretensión soberanista, pero nadie
es capaz de ver una posible pinza entre nacionalistas moderados y
abertzales por considerarla antinatura,
más si cabe que la coalición PSE-PP, decisiva para este acto.
El
pasado 24 de octubre tuve una interesante jornada en Twitter
(@VidalJuanma)
con eminentes profesionales de todo el arco periodístico. A mi duda
sobre la manera en que repercutiría la rendición de ETA sobre la
base social del PNV, y si Bildu/Aralar les restaría votos, Manuel
Erice, de ABC,
indicaba que “el
PNV ya pide adelanto a Patxi Lopez, -dado
que-
ya quieren volver. Pero, ojo: Bildu puede ganarles”.
Para José Luis
Gómez,
columnista de El
País y director
de la revista Fórum,
“éste
era un punto electoral clave para el futuro del País Vasco, y no
solo del PNV”.
Y
es que en verdad, como señalaba Fernando
Lázaro, experto
en seguridad y terrorismo de El
Mundo, “el
20N será unas primarias en el nacionalismo vasco para ver quién
tiene más votos: PNV o Bildu”,
afirmación compartida por Carlos
Alsina, director
de La Brújula,
de Onda
Cero, que
apostillaba que “otro
elemento interesante era el efecto en el PSE, difícil de medir por
el desplome general”,
y al presuponer que dicho efecto generase debilidad en la coalición
PSE-PP, Alsina exponía que “el
tándem goza de buena salud, y, si hay adelanto, será por otros
motivos o cálculos (legítimos)”.
El
fin y derrota de ETA se ha fundamentado en considerarla
no solo como un grupo armado, sino como un entramado de apoyos en la
sociedad civil.
Por eso, cuando se ha desmantelado el frente económico de extorsión,
el de propaganda e información, el sindical, el de familiares de
presos y otros de apariencia política, se ha diluido su fuerza.
De
momento, nada de
adelanto electoral sin darles tiempo a ser juzgados en su
responsabilidad actual,
nada de negociación como grupo derrotado. En todo caso y a escala
individual, sí se podrán acomodar las medidas específicas a las de
los presos comunes ¿En manos de quién queda la sociedad civil no
nacionalista, quién garantiza los derechos civiles?
Ahora
toca mostrar las
contradicciones dentro del propio independentismo,
entre la ideología de libre mercado y el intervencionismo de corte
marxista, tardocomunista, ecologista o simplemente verdeoportunista.
Veremos cómo gestiona ahora el independentismo el dilema entre
separatismo y paro por deslocalización de tantas empresas que se
vieron forzadas a huir.
Aplicarlo
ahora, deprisa y corriendo, sacado del horno sin terminar de cocer
para servir el 20N, como si aquí no hubiera pasado nada, como si
“los chicos de la gasolina”
pasaran a ser “los chicos de la gomina”,
pasando sin interludios del odio a la simpatía solidaria, parece que
no cuela.
Los
hay que desean que el miedo, el amedrentamiento, la amenaza, la
extorsión, el desprecio, el recelo, etc., desaparezcan como por
ensalmo, y el mafioso diga ahora que deja de serlo y quiera negociar
ya. Es una especie de parábola del hijo pródigo que vuelve a la
casa del padre que mató, y espera que los hermanos, viuda y amigos,
comprendan su impulso ideológico y uso legítimo de cualquier medio,
incluida la eliminación de los representantes, su dignidad o su
patrimonio.
En
esa táctica, medir
los tiempos es esencial para verificar el cese de la estrategia de
exterminio y amedrentamiento,
de libre expresión de las diferencias, de respeto a las minorías.
Ahora ellos, en su hoja de ruta, tienen prisa y el resto no, porque
ya nos habíamos acostumbrado.
Seguiremos
los acontecimientos, sin
olvidar la impagable tarea de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del
Estado, verdaderos artífices de esta derrota sin paliativos
y no siempre reconocidos, y por supuesto, manteniendo siempre en el
recuerdo a los 829 muertos y a sus familiares, todos ellos víctimas
inocentes de la barbarie.
¡Ojalá,
esta vez, se hayan escrito por última vez las tres siglas más
ignominiosas del terrorismo en España y podamos decir para siempre
#Hasta nunca ETA!
Por
Juan Manuel Vidal
-
Periodista y Sociólogo -